Portada 10 pasos para ser una diva

10 pasos para ser una diva

O cómo dejar a Beyoncé a la altura del betún

Sinopsis de 10 pasos para ser una diva

A ver cómo os lo explico… Ser diva es, en definitiva, una actitud ante la vida. Una forma de vivir. No tienes por qué vestir ropa de marca o ser una modelo de Victoria’s Secret. Basta con que creas que lo eres (sí, la chica de las alas) y uses la calle como tu propia pasarela particular mientras caminas con los auriculares puestos escuchando una canción que te haga sacar lo mejor de ti.

A una diva no se la puede achantar. Nunca. Es más, si adoptas la actitud de manera continuada que te voy a contar en este libro, enseguida verás cómo a ti tampoco te achanta nadie.

Tus amigos, tu familia o cualquiera que te conozca, al ver los aires de grandeza (que no de superioridad) con los que vas por la vida, van a ser INCAPACES de negarte nada o de hacerte cambiar de opinión sobre casi cualquier tema que saques. Así que toma nota: la diva dice, la diva decide.

Aunque, bueno… pensándolo bien, tener la autoestima baja tampoco quiere decir, necesariamente, que no puedas ser una diva. Puedes sentirte como una mierda, pero, oye, mientras tú te sientas la mejor mierda del mundo pues todo perfecto, no hay problema. Pero, ¡ojo!, con una condición. Esto jamás se puede dar a entender, ¡prohibido contarlo! Para todos tienes que tener siempre la imagen suprema de la perfección, es decir, la imagen de lo que ellos querrían ser.

Una de tus principales misiones en la vida consiste, básicamente, en conseguir que cuando los demás te miren afloren en ellos sentimientos del tipo: «¡Jo, cómo mola, es lo más, ojalá pudiera ser como Juanmasaurus!».

Ficha Técnica

Temáticas
Publicación27 oct 2015
ColecciónAlienta
PresentaciónRústica con solapas
Formato13.5 x 21.3 cm
EditorialAlienta Editorial
ISBN978-84-16253-38-8
Páginas184
Código0010128188
Tinta ilustraciones interiorIntegradas en b/n

Sobre el autor de 10 pasos para ser una diva

Juanmasaurus

Juan Manuel Rivera Chacón, corría el año 1994, el sol brillaba, los pajaritos cantaban, Madonna era tachada de renegada sexual en el show de David Letterman y, lo más importante, nacía yo un 11 de noviembre.

En ese momento, ni mis padres ni los médicos eran conscientes del portento que tenían en brazos. Bueno, quizás un poco sí, incontables veces me han contado que nada más nacer, en vez de llorar tras la zurra miré a la enfermera, levanté una ceja, me giré al médico y le guiñé un ojo. También les llamó la atención que mis primera palabras fuesen «Iassssssh Diva!» (dicho mientras chasqueaba en alto los deditos) o que mis primeros pasos fueran una especie de coreografía de «Single Ladies» sin tacones.

Mi infancia fue bonita y normal, arropada por los míos, acunada por Destiny's Child y engrandecida por mis logros. Merendar todas las tardes galletitas en forma de dinosaurio dejó en mí la necesidad de transformar todo lo que siento parte de mí o de mi familia en «Saurus». Juanmasaurus. Mamasaurus. Papasaurus. Chocolatesaurus. Lacasaurus. Creo que me pilláis.

Crecí en una bonita ciudad del sur de España gracias a la cual aprendí a disfrutar del olor del mar, las tardes en familia y las siestas diarias de seis horitas. Sobre todo esto último.

Retrato de  Juanmasaurus

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