Para que la bondad, esa forma superior de la inteligencia, pueda emprender la majestuosa posibilidad del perdón, debe entender qué significa cancelar deudas que son terribles. Percibir lo que en el crimen hay de humillación, mantener el recuerdo de las víctimas y, mientras tanto, perdonar. He aquí la cima última de un hombre que se ha liberado.
Cíclicamente se nos plantea a todos el dilema relativo a la posibilidad o el deber de perdonar a quien nos hizo daño. La tesis de Jankélévitch es que el perdón no excluye la percepción del dolor, ni la naturaleza injusta de la iniquidad cometida, ni mucho menos excluye la debida consideración hacia las víctimas.
No se habla aquí del perdón en cuanto medida política o administrativa, ni tampoco del perdón meramente intelectual o debido a un dictado religioso, sino del perdón real y absoluto.
Con esta obra, cuya prosa es uno de los grandes logros expresivos del ensayo contemporáneo como manifestación artística genuina, Jankélévitch lleva a cabo una valerosa y original aportación al renovado corpus ético que demandan las incertidumbres de nuestro tiempo.