Prólogo Décimo aniversario de Los Caminantes por Carlos Sisí

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23 ene 2019

Actualizado 30 sep 2021, 10:43

Autor: Planeta

La historia de Los caminantes está salpicada de pequeños y hermosos momentos. Algunos contienen una moraleja, y otros esconden la enseñanza de que cuando se hacen las cosas con ilusión, ganas, y cierta inocencia, las cosas (a veces) se confabulan para salir bien. A veces sí.

Es posible que haya contado en más de una ocasión cómo empezó el germen de la novela, pero si hay un sitio donde recoger esa historia una vez más, es en esta edición que conmemora el décimo aniversario de su lanzamiento.

Hace diez años viví el traumático proceso de comprar una casa. Era traumático porque si eres como yo, que tuve que recurrir a una hipoteca para financiar mi hogar, te encontrarás en el trance de desnudarte financieramente y cruzar muchos dedos para que el importe del préstamo que te dan cubra la casa que necesitas. A mí me faltaba un poco, así que tuve que afinar la búsqueda, lo que resultaba agotador.

Era el momento álgido de la burbuja inmobiliaria así que los inmuebles cambiaban de mano en pocas horas. Veías algo, y si no te decidías rápido, venía alguien y se lo llevaba. Acabé hastiado y extenuado del proceso de buscar casa, mandar información a los bancos, y trabajar a la vez. Salía de la casa que tenía alquilada a las siete de la mañana y regresaba a las diez y media, y cuando volvía, sólo quería desconectar y olvidarme del mundo real, que me resultaba algo hostil.

Recordé entonces los complicados momentos de la adolescencia, la época de mi vida en la que escribí más. Escribir me ayudaba. Fui un adolescente solitario y tímido, así que pasaba muchos momentos en mi cuarto inventando historias que plasmaba con ayuda de una máquina de escribir, y entretejidas en esas historias había reflexiones, miserias y alegrías de alguien que empieza a abrirse a la vida. Me pareció un buen plan; escribir una historia, escribir otra vez. Veréis, cuando ves una película te evades durante una hora y media, pero cuando escribes una novela… la evasión dura meses, incluso un año. O dos. O cuatro. Te evades porque cuando dejas de escribir no dejas la novela en la mesa, columpiándose en los márgenes de la hoja que has dejado a medias; te la llevas contigo al baño, a la mesa, al trabajo, te la llevas de compras. Vive y persiste en un buffer mental que nunca termina, no descansa ni merma. Y eso… Eso es desconexión de la buena.

No tardé tanto como cuatro años en escribir Los caminantes, pero tampoco sé la cantidad de tiempo que necesité, porque escribía a ratos, como por espasmos. Recuerdo que escribí dieciocho páginas seguidas y luego la aparqué un tiempo. La idea de escribir sobre zombis nunca estuvo ahí, de hecho; no fue algo premeditado. Simplemente quería escribir sobre algo, cualquier cosa; contar una historia. Supongo que levanté la vista de la pantalla y vi las películas de George Romero, los grandes clásicos de zombis. Esas películas me entusiasmaban.

Realmente vi una oportunidad para contar una buena historia llena de drama, situaciones intensas, tensión y peligro. Escribí mucho ese día, y realmente, en todo ese rato, no pensé más en hipotecas ni bancos.

Un día, algún tiempo más tarde, le enseñé esas páginas a alguien. Pudo ser el hermano pequeño de mi mujer. Llevaba un tiempo sin escribir, pero mientras leíamos líneas y trozos y comentábamos situaciones zombis, las ganas regresaron. El momento exacto de aquella conversación no lo recuerdo, pero dado que registré la novela en 2008 y aún tardé mucho en terminarla es posible que fuera verano de 2007.

Por entonces no había ninguna novela de zombis en absoluto, y aunque ya existía Walking Dead o el libro de Max Brooks, yo no los conocía. Puedes imaginar que escribir sobre zombis era una idea absolutamente peregrina; tan ridículo como risible. Los zombis eran el patrimonio del cine, con su casquería y sus elementos claramente visuales; intentar describir todo eso en un libro parecía algo descabellado, y si decías «estoy escribiendo una novela de zombis», era seguro que te mirarían raro. No me importaba en absoluto; era algo divertido que hacía, sobre todo, para mí mismo. Nunca pensé que Los caminantes se publicaría, ni tenía ninguna intención de enviarla a ninguna editorial. Publicar libros debía ser algo dificilísimo, más propio de gente muy sesuda; yo sólo estaba construyendo mi propia película dezombis usando el medio más económico del mundo: las palabras.

El hábito de escribir terminó por asentarse. En ocasiones le pasaba adelantos de la novela a mis hermanas y ellas me animaban a seguir. «Termínala», me decían. Algunas de las mejores decisiones de diseño que tomé fue durante conversaciones con mi mujer, Desirée, que me apoyó muchísimo en todo el proceso de creación. Juntos inventamos al padre Isidro, buscando algún elemento novedoso en el concepto de zombis, que luego resultó ser uno de los pilares de la novela y motivo de su éxito.

Un día, claro, la novela llegó a su fin. Encontré incluso un final adecuado y suficiente que arrojaba cierta esperanza sobre el drama zombi. Otra vez recibí apoyo de mi mujer y mis hermanas que me dijeron: «Envíala», y eso hice, más por complacerlas que por creer que alguien podría estar interesado en publicarlas. De hecho, cuando visitaba la web de una editorial que solicitaba manuscritos en papel, la desestimaba en el acto. No iba a gastar papel en algo que, de todas maneras, nadie iba a querer publicar.

Quiero recalcar lo confundido que estaba con el tema «zombis».Era una palabra nada popular, de películas de serie B. Cuando abrí la página de Facebook para colocar capítulos de la novela o incluso subirla entera, la llamé «Los caminantes. Novela de Terror» porque pensaba que si incluía la palabra «zombis» estaría ahuyentando a posibles lectores. Incluso la sinopsis hablaba de gente que volvía a la vida de manera sobrenatural y misteriosa. Nunca de zombis.

Ocurrió sin embargo que una editorial pequeña publicó un libro de zombis que tuvo muy buena acogida: Apocalipsis Z, de Manel Loureiro. Me animé a enviarles mi manuscrito en PDF, y luego me olvidé de ello durante un buen tiempo. Había escrito una novela, la había acabado, y la había enviado; ya poco más se podía hacer, y la vida me llenaba con trabajo nuevo, mi mujer, mis hijas, el nuevo hogar. Una noche, mucho tiempo después, escuché el pitido del ordenador desde la otra habitación. Fue curioso, porque recuerdo estar jugando a un videojuego en la consola y escuchar el sonido, que nunca he escuchado mientras juego en ninguna otra ocasión. Fue tan raro que me levanté y fui a mirar, y allí estaba, un correo de aceptación diciendo «Enhorabuena. La novela funcionará porque es terriblemente adictiva».

Naturalmente, la sorpresa y la alegría fue mayúscula, pero aún debía pasar casi un año hasta que me llegó el contrato que asentaba de manera clara la intención de publicar. Un año en el que llegué a creer que se habían arrepentido de la decisión, pero… tampoco importaba demasiado. Finalmente, la novela sí llegó a publicarse, y se puso a la venta el 9 de diciembre de 2009, cuatro días después de mi cumpleaños. Fue raro verlo en las tiendas. Ya tenía unos cien seguidores en Facebook que empezaron a comprar los primeros ejemplares y el apoyo de un foro online, que fue muy importante para Los caminantes y que puso a Loureiro donde debía estar, somosleyenda.com. Aun así, en la presentación hubo más familia y amigos de ésta que desconocidos, por supuesto; todos apoyando con su dinero la noticia de que Carlos… ¡había escrito un libro!. Una curiosidad. Un pequeño logro personal y raro que, seguramente, no llegaría a repetirse. Nadie pensaba en más libros, de todas maneras; era el momento de Los caminantes y todos lo celebramos con el libro en las manos. Mi hermano Kiko invitó a cóctel de champán.

Esa noche llegué a casa y comprendí algo; que había gente en su casa con el libro en las manos, y que era posible que algunos estuvieran leyéndolo. Gente anónima. En sus casas. Era una sensación muy extraña, pero agradable. Mientras tanto, mi madre me confesaría años después que en esos mismos momentos ella llegaba a su propia casa preocupada. En silencio, con la preocupación afectada de una madre, pensaba: «Ay, mi niño. A ver si vende veinticinco libros y se queda contento con eso». Amor.

La verdad es que fueron los lectores quienes fueron colocando el libro en las estanterías una y otra vez. Recuerdo que el editor me llamó muy contento porque FNAC había pedido mil ejemplares para abastecer sus tiendas, y que era la primera vez que estaban en FNAC. Se vendieron muy muy rápido, y pidieron mil más. Las ediciones salían muy rápidamente, y el muro de Facebook pasó de cien seguidores a cuatrocientos, luego ochocientos, luego mil seiscientos, tres mil y más. No hubo campaña de publicidad para Los caminantes, ni grandes inversiones en publicidad, ni medianas, ni pequeñas. Fue el boca oreja, el aficionado que recomendaba su lectura en su trabajo, en el instituto, que ponía un post en alguna red social diciendo lo mucho que estaba disfrutando, lo que hicieron que Los caminantes tuviera su buen recorrido. Se hablaba de cuatro mil unidades vendidas, luego de seis mil. Yo no veía libros vendidos, veía lectores: seis mil personas en fila leyendo mi libro, todo lo que había inventado en mis ratos de escritura. Llegué a ingresar en Nocte por invitación de Rubén Serrano.

El éxito de Los caminantes propició que el editor, un día, me propusiera escribir una segunda parte. Dije que sí, que me gustaría continuar con la historia, y descubrir qué pasaba con Aranda y la pequeña comunidad de Carranque. Creo que Necrópolis fue el verdadero culpable de que el libro despegase en grande. Se hablaba de segunda parte, que era aún mejor que la primera, y la gente comenzó a apuntarse al carro de la saga. Hubo muchas presentaciones y alegrías, muchos regalos, mucha gente que conocer en Facebook, muchos contactos y muchísimo enriquecimiento personal. Escribir esos libros me abrió las puertas de un mundo fascinante donde, de repente, no era el chico o el hombre tímido y con poco que decir, sino un escritor que era escuchado, y que con el ejercicio de alimentar sus redes sociales y conocer gente y situaciones, acabó por… tener algo que decir.

El tiempo trajo Hades Nébula, la tercera parte, que desplazaba la acción a Granada. Por entonces había más de cien títulos de zombis en el mercado, y seguían llegando más. Las editoriales grandes se apuntaban también a la moda zombi, y en las librerías empezaban a abrir estantes especializados en zombis, mientras Los caminantes seguían acumulando ediciones y expandiéndose a los cómics con Orígenes, sin que la franquicia diera signos de agotamiento, todo lo contrario, con ediciones en inglés (The Wanderers) y francés (Les Marcheurs). Después de Hades Nébula, sin embargo, me apetecía escribir sobre otras cosas. Era muy consciente de que los libros habían sido muy populares porque había una suerte de nicho de mercado, pero me preguntaba… ¿sería capaz de escribir una novela sobre… otra cosa?. ¿Algo que no fueran zombis?. ¿Otras temáticas?.

Lo hice. Escribí La hora del mar y luego me animé con Panteón, y muchos otros libros de diferente temática. Sin embargo, cuando iba a las presentaciones y ofrecía mis libros en ferias y convenciones frikis, los lectores me miraban con gesto de súplica y me susurraban: «¿No va a haber más libros de Los caminantes?». Me di cuenta de que había verdaderas «ganas», que los lectores querían más libros sobre Carranque y el padre Isidro, y reabrí la saga con un sonoro «Gracias por todo» a los que me permitían publicar cosas como Midnight, un cómic raro y ochentero que no tenía mucha cabida comercial. Los lectores. Que apoyaban mis cosas con su
dinero.

Aeternum se publicó a modo de agradecimiento, y luego Tempus Fugit, el quinto en la serie. Aún habrá otro, un sexto, antes de terminar de nuevo y por segunda vez con la saga. Al menos por ahora (risas).En suma, creo que, además de entretener, Los caminantes ha hecho algo muy bonito por sus lectores. Los caminantes (o yo, si se prefiere), ha sido o hemos sido un puente para muchos. Muchísimos lectores me han escrito diciendo: «Mi marido y yo nos conocimos en tu muro, y ahora tenemos esta hija preciosa. Gracias» o «Conocí a mi novia en el tren porque los dos estábamos leyendo tu libro y empezamos a hablar». No diré muchos, sino muchísimos. Muchas historias anónimas de gente que empezó a hablar entre sí en mi muro, que terminó por entablar amistad, intercambiar privados, conocerse, y hacer cosas juntos, relacionarse, casarse, o simplemente, trabajar juntos.

Muchos se han inspirado en los libros y comenzado a escribir sus propias historias, y algunos de ellos han publicado, algunos con verdadero éxito. En ese sentido, Los caminantes, o mi trabajo en las redes sociales, han tenido y tienen unas repercusiones impensables que, sin embargo, le dan un valor profundo y entrañable a los volúmenes. Unir a la gente. Inspirar. Crear vínculos. Y eso, es muy de gente que camina por el mismo camino. Tú y yo.

Gracias.

Carlos Sisí

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