32407 y 34902 son los números que marcan la fascinante historia de Gita y Lale Sokolov. El primero le fue grabado a Lale en el brazo al descender del tren en Auschwitz-Birkenau. Él mismo tatuó el segundo en la piel de Gita al tiempo que ella —según palabras del propio Lale— le tatuaba su nombre en el corazón.

Como dice Heather Morris, la autora de la novela escrita en base al testimonio real de su principal protagonista, El tatuador de Auschwitz, «no es la historia del Holocausto sino una historia del Holocausto». Y también —añadimos— la constatación de cómo las emociones que nos hacen humanos son capaces de sobrevivir y de ayudarnos a resistir en los escenarios más adversos.

El tatuador de Auschwitz - Gita y Lale SokolovUna historia de amor en pleno campo de concentración. Lale Sokolov, nacido Ludwig Eisenberg, en la Eslovaquia de 1916, fue arrebatado de su familia y privado de un futuro prometedor como comerciante a los veinticuatro años de edad. Se ofreció voluntario para ser reclutado por los ocupantes alemanes en lugar de su hermano Max, para que el segundo pudiese cuidar de su mujer y sus dos hijos, que acabarían desapareciendo durante el conflicto.

A su llegada a Auschwitz-Birkenau enfermó. Pudo salvarse solo gracias a Pepan, un prisionero francés a quien le había sido asignada la tarea de tatuar a los recién llegados. Pepan le ofreció ser su ayudante. A los pocos días, como tantos otros, Pepan desapareció para siempre, y Lale pasó a ser el nuevo tätowierer.

En esas condiciones conoció a Gita, una eslovaca de dieciocho años a la que tuvo que tatuar y de la que terminó enamorándose irremediablemente. A partir de ese momento el romance de ambos prosperó, rodeado de miseria y en la clandestinidad más absoluta, con el beneplácito del oficial de las SS Stefan Baretski, que les permitía intercambiar correspondencia y mantener encuentros esporádicos.

Esa dicotomía entre la voluntad de ayudar al prójimo y la necesidad de acatar órdenes El tatuador de Auschwitz - Heather Morrispara garantizar la supervivencia está presente durante toda la novela y es, sin duda alguna, uno de sus puntos fuertes. No solo el oficial Baretski, sino el propio Lale y muchos de los prisioneros que en ella aparecen retratados, se enfrentaron en mayor o menor medida a la presión psicológica de tener que decidir entre obedecer o morir mientras trataban de conservar un rescoldo de humanidad.

Morris plasma a la perfección en su obra esos dilemas morales para evitarnos caer en la disociación habitual entre el bien y el mal, y consigue así dotar a sus personajes de una profundidad muy cercana a la que realmente debieron de tener. Según cuenta Morris, fue Lale quien quiso garantizar esa neutralidad, poniendo como condición para relatar su historia que quien la escribiese no fuese judío ni tuviera conexión familiar con el Holocausto.

La novela narra también la pelea por la subsistencia de Lale, que cuando pudo garantizarse una posición privilegiada dentro del campo por su dominio de los idiomas y su sumisión al temible doctor Josef Mengele, no dudó en establecer una pequeña red de contrabando de medicinas y alimentos que luego distribuía entre los prisioneros necesitados. Llegó a ser descubierto, encarcelado y torturado, pero gracias a ello, Gita y él pudieron salvar la vida y rencontrarse una vez finalizada la guerra.

El tatuador de Auscbwitz - portadaPrecisamente ese trato de favor fue lo que impulsó a Lale a guardar silencio hasta después de la muerte de Gita en el año 2003, temiendo que pudieran acusarlos a ambos de colaboradores. La culpa, en todas sus expresiones, es otro de los pilares fundamentales de la novela. Morris, su autora, esperó a la muerte de Lale, en 2006, para dar forma definitiva a lo que nació siendo un guion, con el que pretendía dar visibilidad a sus protagonistas y que su historia, como la historia del mundo, no cayese en el olvido.

El tatuador de Auschwitz es una novela que ha emocionado a la crítica y al público mundial. Un intenso y conmovedor canto a la esperanza con el que recordar lo que sucedió y comprender que el amor y la voluntad no conocen barreras.

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