Nota del autor

Algunos de los nombres, detalles de los casos y características de identificación de las personas a las que se hace referencia en este libro han sido cambiados para proteger la confidencialidad de los pacientes, colegas, conocidos, amigos y familiares. En algunos casos, los escenarios y las descripciones se han modificado o combinado para proporcionar un nivel adicional de anonimato, así como para dar claridad a una idea o diagnóstico.

Este libro trata de ser solo un volumen de referencia, no un manual médico. No pretende ser un sustituto de ningún tratamiento prescrito por tu médico. Si sospechas que tienes un problema de salud, te invito a que busques ayuda médica competente.

Introducción

He aquí algunos hechos básicos: las mujeres viven más tiempo que los hombres.

Si deseas leer más sobre la discrepancia sexual en la longevidad humana, puedes revisar R. Ostan, D. Monti, P. Gueresi, M. Bussolotto, C. Franceschi, G. Baggio, «Gender, aging and longevity in humans: An update of an intriguing/neglected scenario paving the way to a gender-specific medicine» [«Género, envejecimiento y longevidad en humanos: una actualización de un escenario intrigante/descuidado que allana el camino hacia una medicina específica de género»], Clinical Science, 130(19), Londres, 2016, pp. 1711-1725. V. Zarulli, J. A. Barthold Jones, A. Oksuzyan, R. Lindahl-Jacobsen, K. Christensen, J. W. Vaupel, «Women live longer than men even during severe famines and epidemics» [«Las mujeres viven más que los hombres incluso durante las hambrunas y epidemias graves»], Proceedings of the National Academy of Sciences, 115(4), Estados Unidos, 2018, pp. E832-E840.

Las mujeres tienen sistemas inmunitarios más fuertes.

Para obtener más información sobre la variedad de diferencias en las respuestas inmunitarias entre los sexos, véase C. Giefing-Kröll, P. Berger, G. Lepperdinger, B. Grubeck-Loebenstein, «How sex and age affect immune responses, susceptibility to infections, and response to vaccination» [«Cómo el sexo y la edad afectan las respuestas inmunitarias, la susceptibilidad a las infecciones y la respuesta a la vacunación»], Aging Cell, 14(3), 2015, pp. 309-321; Z. Spolarics, G. Peña, Y. Qin, R. J. Donnelly, D. H. Livingston, «Inherent X-linked genetic variability and cellular mosaicism unique to females contribute to sex-related differences in the innate immune response» [«La variabilidad genética inherente ligada al cromosoma X y el mosaicismo celular exclusivo de las mujeres contribuyen a las diferencias relacionadas con el sexo en la respuesta inmune innata], Frontiers in Immunology, 8, 2017, p. 1455.

Las mujeres tienen menos probabilidades de sufrir una discapacidad del desarrollo,

Para una introducción a la carga de discapacidad intelectual masculina, véase: B. Muthusamy, L. D. N. Selvan, T. T. Nguyen, J. Manoj, E. W. Stawiski, B. S. Jaiswal, W. Wang, R. Raja, V. L. Ramprasad, R. Gupta, S. Murugan, J. S. Kadandale, T. S. K. Prasad, K. Reddy, A. Peterson, A. Pandey, S. Seshagiri, S. C. Girimaji, H. Gowda, «Next-generation sequencing reveals novel mutations in X-linked intellectual disability» [«La secuenciación de la próxima generación revela mutaciones novedosas en la discapacidad intelectual ligada al cromosoma X], OMICS 21(5), 2017, pp. 295-303. T. S. Niranjan, C. Skinner, M. May, T. Turner, R. Rose, R. Stevenson, C. E. Schwartz, T. Wang, «Affected kindred analysis of human X chromosome exomes to identify novel X-linked intelectual disability genes» [«Análisis de afectados en la misma familia de los exomas del cromosoma X humano para identificar nuevos genes de discapacidad intelectual ligados al cromosoma X»], PLoS One, 10(2), 2015, p. e0116454.

tienen más posibilidades de ver el mundo en una variedad más amplia de colores

Si deseas leer más sobre las habilidades de percepción del color en los humanos en general, revisa: John D. Mollon, Joel Pokorny, Ken Knoblauch, Normal and Defective Colour Vision [«Visión del color normal y defectuosa»], Oxford, Oxford University Press, 2003. Kassia St. Claire, The Secret Lives of Color [«La vida secreta del color»], Nueva York, Penguin, 2017. Veronique Greenwood, «The humans with super human visión» [«Los humanos con visión superhumana»], Discover, junio de 2012. K. A. Jameson, S. M. Highnote, L. M. Wasserman, «Richer color experience in observers with multiple photopigment opsin genes» [«Experiencia de color más rica en observadores con múltiples genes opuestos de fotopigmento»], Psychonomic Bulletin & Review, 8(2), 2001, pp. 244-261. G. Jordan, S. S. Deeb, J. M. Bosten, J. D. Mollon, «The dimensionality of color vision in carriers of anomalous trichromacy» [«La dimensionalidad de la visión del color en portadores de tricromacia anómala»], Journal of Vision, 10(8), 2010, p. 12.

y, en general, son mejores en el combate contra el cáncer. Las mujeres son simplemente más fuertes que los hombres en todas las etapas de la vida. Pero ¿por qué?

Me obsesioné con esta pregunta una noche de verano mientras me encontraba acostado en una ambulancia que se dirigía a toda velocidad al hospital, después de un grave accidente automovilístico. Tumbado sobre la camilla, conectado a los monitores, me encontré reflexionando sobre dos episodios concretos de mi pasado que se habían convertido en recuerdos vívidos. Uno tuvo lugar cuando, como médico, trabajaba en el tratamiento de bebés prematuros en una unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN), y el otro me llevó diez años atrás, cuando me encontraba enfocado en la neurogenética y trabajaba con personas en sus últimos años de vida. Los dos eventos parecían estar conectados de alguna manera, pero no podía entender cómo.

Y entonces, en medio de la caótica actividad en la parte trasera de esa ambulancia, lo comprendí de golpe. Todos experimentamos esos acontecimientos vitales que nos hacen cuestionar ciertos supuestos básicos; las dos cosas en las que pensé durante esa noche de verano, y el momento de cristalización que le siguió, se relacionan con el argumento que presentaré en este libro. Esta es la tesis: las mujeres son genéticamente superiores a los hombres.

Cuando comencé a investigar como neurogenetista (alguien que se especializa en la mecánica genética de la enfermedad neurodegenerativa), uno de los desafíos inesperados a los que tuve que enfrentarme fue reclutar a un número suficiente de adultos mayores sanos para que participaran en los estudios. Incluso con las preguntas de investigación perfectas y todo el apoyo financiero necesario para evaluarlas, a menudo me veía estancado y debía retrasar mis investigaciones porque no podía encontrar voluntarios sanos mayores de edad y de ambos sexos. El proceso de reclutamiento podía llevarme años.

A menos, por supuesto, que tengas a Sarah de tu lado. Sarah tiene casi noventa años y dos caderas de titanio, pero con su andador es prácticamente imparable. Su agenda semanal consiste en un curso de acuarela, natación y una clase de cardio, que se completa con una velada regular de baile. Por si eso no fuera suficiente, Sarah participa en eventos casi diarios en diferentes centros para personas mayores en toda la ciudad. Es miembro de una organización de voluntarios que visita a adultos mayores hospitalizados que probablemente no cuentan con familiares o amigos que pasen tiempo con ellos. Y también es mi abuela.

Mis familiares me preguntan a menudo si estaría dispuesto a hablar directamente con Sarah para que reduzca el ritmo. A todos les preocupa que esté tan ocupada. Mi respuesta es siempre la misma: precisamente porque es muy activa y encuentra tanto significado en sus actividades diarias se encuentra tan bien. Más importante aún, si dejara de ser tan sociable, rápidamente me quedaría sin adultos mayores voluntarios para mis investigaciones.

Mi abuela comenzó a ayudarme a reclutar voluntarios para mis estudios hace casi veinte años. Tampoco se ha mostrado tímida a la hora de dar consejos. «Nunca conseguirás que alguien quiera ayudarte en tu estudio con esa aterradora bata blanca de laboratorio y la etiqueta con tu nombre», me dijo. «Si fuera tú, intentaría quitármela. Y a tu enfermera también. Nada de batas de laboratorio. Nos asustan. Me recuerdan mis cirugías, y ¿por qué querría eso? Sin ella, puedes parecer una persona normal. Después de todo, le estás pidiendo a la gente que renuncie a una parte de sí misma, y eso es importante. Ya lo verás: hay muchas personas dispuestas a ayudar.»

Así que le hice caso y me deshice de la bata de laboratorio. Funcionó. Después de hacer, vestido de civil, una presentación ante los posibles voluntarios, conseguimos más participantes de los que necesitábamos para la investigación. El único problema era que, incluso si todos en la sala aceptaban participar, siempre habría una escasez evidente de personas de un grupo demográfico específico: no había suficientes hombres.

En promedio, las mujeres mayores sobreviven a sus contemporáneos masculinos por lo menos de cuatro a siete años.

Existe una gran cantidad de literatura publicada sobre la longevidad femenina. Si deseas leer más sobre este tema, estos pocos artículos son un buen lugar para comenzar: G. A. B. Marais, J. M. Gaillard, C. Vieira, I. Plotton, D. Sanlaville, F. Gueyffier, J. F. Lemaitre, «Sex gap in aging and longevity: Can sex chromosomes play a role?» [«La brecha sexual en el envejecimiento y la longevidad: ¿pueden desempeñar un papel los cromosomas sexuales?»], Biology of Sex Differences, 9(1), 2018, p. 33. I. Pipoly, V. Bokony, M. Kirkpatrick, P. F. Donald, T. Szekely, A. Liker, «The genetic sex-determination system predicts adult sex ratios in tetrapods» [«El sistema de determinación del sexo genético predice la proporción de sexos en adultos en los tetrápodos»], Nature, 527(7576), 2015, pp. 91-94. S. N. Austad, K. E. Fischer, «Sex differences in lifespan» [«Diferencias de sexo en la esperanza de vida»], Cell Metabolism, 23(6), 2016, pp. 1022-1033.

Esta discrepancia en la longevidad se vuelve todavía más sorprendente a medida que comenzamos a acercarnos al final de la vida humana. Por encima de los ochenta y cinco años, las mujeres pueden superar en número a los hombres en dos a uno. Y si consideramos a los centenarios, la ventaja de supervivencia de las mujeres es aún más exagerada: de cada cien personas vivas con más de cien años, ochenta son mujeres y solo veinte son hombres.

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Salto hacia delante diez años, hasta una tarde de principios de otoño, cuando las hojas apenas habían comenzado a cambiar de color. Recibí un mensaje del hospital para que acudiera a la UCIN. Rebecca, la enfermera de guardia, me recibió en el lavamanos y me informó sobre dos bebés prematuros que habían sido ingresados unos días antes. Hermanos mellizos, Jordan y Emily habían nacido a las veinticinco semanas, más de tres meses antes de su fecha oficial de parto. Me puse una bata limpia, guantes de nitrilo azul y una máscara, ya que lo último que necesitaban estos bebés era estar expuestos a cualquier cosa que pudiera haber traído conmigo sin querer desde el vestíbulo del hospital, donde había estado sentado unos minutos antes de que sonara mi localizador.

Rebecca formaba parte del personal del hospital desde hacía más de tres décadas, y a pesar de las largas horas y el trabajo tan difícil en la UCIN a sus sesenta y tantos años parecía mucho más joven. Tenía una de esas voces y formas de ser que te hacen sentir seguro, sin importar cuán grave fuera la situación. La mayor parte del personal, incluidos muchos de los médicos, a menudo la consultaban cuando pensaban en cambiar un plan de atención médica para los pacientes más pequeños del hospital. La enfermera principal en la UCIN de nivel IV, Rebecca, ejercía casi de encantadora de bebés prematuros. Y lo que me dijo esa noche cambiaría el curso no solo de mi investigación, sino también de mi vida.

Por fortuna, la mayoría de nosotros no somos conscientes de las luchas que los bebés prematuros recién nacidos deben soportar simplemente para pasar el día. Pequeños y frágiles, deben luchar para sobrevivir, solos, en sus diminutos hogares translúcidos. Esas incubadoras, úteros artificiales burdamente concebidos, constituyen unos ambientes controlados hasta que los bebés son lo suficientemente grandes y fuertes para no necesitarlos.

Una UCIN de nivel IV por lo general alberga a los recién nacidos prematuros más pequeños y enfermos. Muchas de las incubadoras que se utilizan en estos lugares tienen un sistema de filtración de aire que reduce el riesgo de infección, para proteger a los bebés del mundo exterior. Las incubadoras también producen la cantidad adecuada de humedad en el aire. Cuando los bebés nacen de manera demasiado prematura, su piel todavía no ha terminado de formarse y, por lo tanto, no les puede proporcionar la barrera adecuada para evitar la deshidratación.

Se invierte una inmensa cantidad de tecnología y capital humano en los muy pocos pacientes que ocupan estos recintos de plexiglás. Las enfermeras, los médicos y los miembros de la familia se ven involucrados en una lucha constante para ayudar a mantener vivos a los bebés y alentarlos a crecer y desarrollarse.

Es imposible acostumbrarse a los sonidos del equipo en una UCIN. Los ventiladores y los monitores zumban y de vez en cuando suena una alarma lo suficientemente fuerte para desorientar incluso al personal médico más experimentado. No es de extrañar que las investigaciones hayan demostrado que el espectáculo de luz y sonido de la medicina moderna puede tener un impacto negativo en la salud de los bebés prematuros (algo que los médicos están tratando actualmente de solucionar).

J. Parra, A. de Suremain, F. Berne Audeoud, A. Ego, T. Debillon, «Sound levels in a neonatal intensive care unit significantly exceeded recommendations, especially inside incubators» [«Los niveles de sonido en una unidad de cuidados intensivos neonatales excedieron de manera significativa las recomendaciones, en especial dentro de las incubadoras»], Acta Paediatrica, 106(12), 2017, pp. 1909-1914. V. Laubach, P. Wilhelm, K. Carter, «Shhh... I’m growing: Noise in the nicu» [«Shhh... Estoy creciendo: ruido en la UCIN»]. Nursing Clinics of North America, 49(3), 2014, pp. 329-344. A. Almadhoob, A. Ohlsson, «Sound reduction management in the neonatal intensive care unit for preterm or very low birth weight infants» [«Manejo de reducción de sonidos en la unidad de cuidados intensivos neonatales para bebés prematuros o de muy bajo peso al nacer»], Cochrane Database of Systematic Reviews, 1, 2015, CD010333.

Mi introducción a la UCIN fue dura y rápida, primero como estudiante y más tarde como médico. Mi tiempo oscilaba allí entre el asombro puro y el terror absoluto. A menudo experimentaba ambas emociones en rápida sucesión y, algunas veces, de manera simultánea.

La mayor parte del tiempo, sin embargo, lo que se debe hacer es esperar. Con todos los avances médicos que hemos logrado a lo largo de los años, sigue siendo tiempo, más que cualquier otra cosa, lo que estos jóvenes cuerpos necesitan. Los bebés se encuentran en lo contrario de una carrera contra reloj: su biología necesita todo el tiempo que sea posible para llegar a madurar. Por supuesto, terminan en la UCIN por todo tipo de razones, pero en muchos casos están allí porque un parto prematuro pone en peligro el cerebro y los pulmones, que tardan en desarrollarse más que los otros órganos.

A menudo, uno de los mayores desafíos para los bebés más prematuros, y que determina sus posibilidades de supervivencia, es el grado en que se han desarrollado sus pulmones.

Hemos progresado mucho en el tratamiento de los pacientes más jóvenes. Para obtener más información sobre este tema, consulta los siguientes artículos: A. Benavides, A. Metzger, A. Tereshchenko, A. Conrad, E. F. Bell, J. Spencer, S. Ross-Sheehy, M. Georgieff, V. Magnotta, P. Nopoulos, «Sex-specific alterations in preterm brain» [«Alteraciones específicas del sexo en el cerebro prematuro»], Pediatric Research, 85(1), 2019, pp. 55-62. H. C. Glass, A. T. Costarino, S. A. Stayer, C. M. Brett, F. Cladis, P. J. Davis, «Outcomes for extremely premature infants» [«Resultados para bebés extremadamente prematuros»], Anesthesia & Analgesia, 120(6), 2015, pp. 1337-1351. EXPRESS Group, V. Fellman, L. Hellström-Westas, M. Norman, M. Westgren, K. Källén, H. Lagercrantz, K. Marsál, F. Serenius, M. Wennergren, «One-year survival of extremely preterm infants after active perinatal care in Sweden» [«Supervivencia de un año de recién nacidos extremadamente prematuros después de la atención perinatal activa en Suecia»], Journal of the American Medical Association, 301(21), 2009, pp. 2225-2233.

Los pulmones de los bebés prematuros tienen que adquirir oxígeno y liberar dióxido de carbono a un ritmo que sea compatible con la vida mucho antes de lo previsto. Todavía no estamos seguros de la razón por la que algunos bebés nacen de manera prematura, pero, por fortuna, con el tiempo hemos desarrollado intervenciones cada vez más precisas para aumentar sus probabilidades de supervivencia.

P. Macho, «Individualized developmental care in the nicu: A concept analysis» [«Cuidado del desarrollo individualizado en la UCIN: un análisis conceptual»], Advances in Neonatal Care, 17(3), 2017, pp. 162-174. M. Doede, A. M. Trinkoff y A. P. Gurses, «Neonatal intensive care unit layout and nurses’ work» [«Diseño de la unidad de cuidados intensivos neonatales y trabajo de las enfermeras»], Health Environments Research & Design Journal, 11(1), 2018, pp. 101-118. B. J. Stoll, N. I. Hansen, E. F. Bell, M. C. Walsh, W. A. Carlo, S. Shankaran, A. R. Laptook, P. J. Sánchez, K. P. Van Meurs, M. Wyckoff, A. Das, E. C. Hale, M. B. Ball, N. S. Newman, K. Schibler, B. B. Poindexter, K. A. Kennedy, C. M. Cotten, K. L. Watterberg, C. T. D’Angio, S. B. DeMauro, W. E. Truog, U. Devaskar, R. D. Higgins, Eunice Kennedy Shriver National Institute of Child Health and Human Development Neonatal Research Network, «Trends in care practices, morbidity, and mortality of extremely preterm neonates, 1993-2012» [«Tendencias en las prácticas de atención, morbilidad y mortalidad de neonatos extremadamente prematuros, 1993-2012»], Journal of the American Medical Association, 314(10), 2015, pp. 1039-1051. H. J. Stensvold, C. Klingenberg, R. Stoen, D. Moster, K. Braekke, H. J. Guthe, H. Astrup, S. Rettedal, M. Gronn, A. E. Ronnestad, Norwegian Neonatal Network, «Neonatal morbidity and 1-year survival of extremely preterm infants» [«Morbilidad neonatal y supervivencia a 1 año de lactantes extremadamente prematuros»], Pediatrics, 139(3), 2017, pii, e20161821.

La regulación de la temperatura corporal, así como el control de los billones de microbios siempre en busca de un objetivo fácil, pueden representar demasiado trabajo para algunos bebés prematuros. Es un milagro que estos bebés, separados de la envoltura protectora del útero mucho antes de que estén listos para enfrentar desafíos externos, puedan sobrevivir meses antes de su fecha prevista de parto. Pero sobreviven. Todo tipo de cosas pueden contribuir a la muerte o la vida de un bebé prematuro, desde la edad gestacional al nacer hasta los obstáculos inesperados a lo largo del camino. Y, sorprendentemente, uno de los indicadores más importantes del éxito potencial en el manejo de las turbulentas adversidades de la vida se reduce a una cosa, como yo estaba a punto de descubrir.

Después de examinar a Jordan y Emily, Rebecca me condujo por un largo pasillo hasta una habitación tranquila donde podría pasar un momento con sus padres. Los hospitales a menudo carecen del espacio físico para que las preocupadas familias se reúnan cómodamente. Teníamos la suerte de contar con una sala para conversaciones como esta.

Me senté con Sandra y Thomas para hablar sobre nuestro plan de atención para sus mellizos, pero no tardaron mucho en explayarse sobre su viaje a la paternidad. Después de muchos intentos fallidos, numerosas rondas de inyecciones de hormonas e incluso fertilización in vitro, casi habían renunciado a tener hijos propios.

Y, entonces, por fin sucedió. Estaban encantados con el embarazo, pero al principio intentaron no hacerse demasiadas ilusiones. Sabían por experiencia personal lo rápido que las buenas noticias podían convertirse en malas. Sin embargo, a medida que pasaban los días y las semanas, poco a poco se permitieron creer que este embarazo podría llevarlos a la felicidad. Cuando la ecografía mostró que Sandra y Thomas estaban embarazados no solo de un hijo sino de dos, su sueño de tener una familia por fin pareció estar al alcance de la mano.

Y justo cuando se permitieron respirar, los problemas volvieron a surgir. Pasaron de imaginar cómo sería tener su tranquilo apartamento de Brooklyn lleno de los animados sonidos de dos niños pequeños, a esperar y rezar para que sus mellizos sobrevivieran.

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Rebecca me había llamado tarde una noche porque no estaba contenta con el aspecto de Jordan. Sus años de experiencia le habían enseñado algo: sus instintos eran casi siempre correctos. Dado que me había hecho cargo de los cuidados de los mellizos desde su admisión, tenía ganas de verlos. ¡Habían cambiado tan rápido desde el día que fueron admitidos! Así que la noticia de Rebecca me preocupó. Era cierto que, tras dos semanas en la UCIN, Emily y Jordan habían logrado respirar por sí mismos, por fortuna, pero sabía que aún no se encontraban fuera de peligro.

En mi camino hacia la incubadora de Jordan, traté de no enredarme en todos los cables conectados a las máquinas que estaban auxiliando a ese niño. Rebecca, después de haber seguido la misma rutina que yo seguía cada vez que entraba, sin excepción —lavarse las manos, vestirse, ponerse guantes y una mascarilla—, me recibió al lado de su cuna. Los dos sabíamos que las cosas pueden ponerse muy mal cuando se trata de pacientes tan jóvenes. Rebecca me advirtió entonces de que debía prepararme para lo peor en el caso de Jordan. Y tenía razón: doce horas después, Jordan falleció.

Me encontré con Rebecca unos años más tarde, esta vez en la cafetería del hospital. Yo me había mudado a una institución diferente y había regresado para dar una conferencia. Después de tantos años de dedicado servicio, Rebecca se estaba preparando para la jubilación a fin de mes y esperaba pasar más tiempo con sus propios nietos —siete— y bisnietos —dos—. Le dije que mi experiencia con ella en la UCIN esa noche todavía estaba muy fresca en mi memoria.

—Sí, nunca te abandonan —dijo—. Todavía recuerdo cada uno de sus rostros. —Tomó un sorbo de café.

—Hay algo que he querido preguntarte —le dije—. Esa noche en la UCIN, ¿cómo supiste lo que pasaría con Jordan? ¿Qué fue lo que te hizo pensar que no era probable que lo lograra?

—No estoy segura..., pero cuando haces este trabajo durante tanto tiempo, desarrollas un ojo para las cosas. Y gran parte de lo que hacemos es una cuestión de criterio. A veces, incluso es algo que los resultados de laboratorio o las pruebas no siempre muestran al inicio. Quizá solo se trate de intuición. Sin embargo, una cosa es segura: la UCIN, casi siempre resulta mucho más difícil para los niños que para las niñas. Y supongo que no es solo la UCIN. Perdí a mi esposo hace doce años, y la mayoría de mis amigas también son viudas.

Me mantuve en silencio mientras reflexionaba sobre lo que Rebecca acababa de compartir conmigo. No pude evitar pensar en mi abuela y en la escasez de hombres en el extremo de la trayectoria del envejecimiento humano. Fue como si todo lo que había investigado y experimentado clínicamente se estuviera uniendo en ese instante, formando una pregunta clara a partir de la niebla de años de estudio.

—Los hombres, según lo que siempre me enseñaron, son el sexo más fuerte. Aunque eso es lo contrario de lo que he visto hasta ahora, tanto clínicamente como en mi investigación genética. Entonces ¿por qué los hombres parecen ser el sexo más débil en realidad? —pregunté.

—Tal vez simplemente no estás planteando la pregunta correcta —dijo en tono meditabundo, mientras revolvía el café restante en la taza—. En lugar de pensar en la debilidad masculina, tal vez la pregunta que deberías hacer es: ¿qué hace a las mujeres más fuertes?

●

La respuesta a la pregunta de Rebecca llegó a mí seis años después: era un hermoso día de verano, perfecto para un paseo en coche hasta la playa. El sol había salido por fin, después de un invierno muy largo y una primavera muy húmeda. Le había prometido a mi esposa, Emma, un momento de tranquilidad solo para nosotros dos y, como no estaba de guardia ese día, apagué incluso mi teléfono. Lo último que recuerdo es que me acerqué y tomé su mano mientras conducíamos hacia el oeste por una calle casi vacía, cantando juntos la canción que escuchamos la primera vez que bailamos juntos: «Dance me to the end of love», de Leonard Cohen.

Los testigos nos dijeron después que alguien nos golpeó de lleno en el costado tras saltarse un semáforo en rojo y dirigirse hacia nosotros a más de setenta kilómetros por hora. Nuestro coche volcó y dio dos vueltas. El impacto fue grave, el techo de nuestro automóvil se hundió y no se desplegó ninguno de los airbags. El coche quedó tan dañado que los primeros socorristas que se acercaron temían que tuviéramos horribles lesiones traumáticas. Tuvimos la suerte de estar vivos.

Ambos teníamos algunos moretones y estábamos sangrando a causa del vidrio templado que se había hecho añicos y llovió sobre nosotros cuando volcó el coche. Considerando lo que acabábamos de experimentar, nuestras lesiones resultaron ser leves y bastantes similares, aunque las de Emma eran un poco más serias. Así que, ¿sabes lo que iba pensando mientras estaba atado a una tabla espinal de rescate en la parte trasera de una ambulancia que corría veloz rumbo al hospital? Pensaba en lo agradecido que me sentía de que Emma fuera una mujer genética con dos cromosomas X.

Recordé en ese momento que Rebecca me había sugerido que me preguntara por qué las mujeres son más fuertes tanto al principio como al final de la vida. Sabía por mi trabajo clínico y mis investigaciones que incluso si las lesiones de mi esposa hubieran sido las mismas que las mías, dadas las probabilidades, ella se recuperaría mejor y más pronto que yo. Sus heridas sanarían más rápido y tendría menos posibilidades de infecciones posteriores gracias a la superioridad de su sistema inmunitario. En general, era casi seguro que su pronóstico sería mejor que el mío.

El siguiente metaanálisis de diecinueve estudios que examinaron los resultados entre pacientes con trauma, para lo cual se observaron a 100.566 hombres y 39.762 mujeres, descubrió que el sexo masculino se asociaba con un mayor riesgo de mortalidad, un incremento en la duración de la estancia en el hospital y una mayor incidencia de complicaciones. Para obtener más información, consulta: T. Liu, J. Xie, F. Yang, J. J. Chen, Z. F. Li, C. L. Yi, W. Gao, X. J. Bai, «The influence of sex on outcomes in trauma patients: A meta-analysis» [«La influencia del sexo en los resultados en pacientes con trauma: un metaanálisis»], American Journal of Surgery, 210(5), 2015, pp. 911-921. Para leer más sobre este tema, véase el siguiente libro y artículos: K. Al-Tarrah, N. Moiemen, J. M. Lord, «The influence of sex steroid hormones on the response to trauma and burn injury» [«La influencia de las hormonas esteroides sexuales en la respuesta al trauma y las lesiones por quemaduras»], Burns & Trauma, 5, 2017, p. 29. F. Bösch, M. K. Angele, I. H. Chaudry, «Gender differences in trauma, shock and sepsis» [«Diferencias de género en trauma, conmoción y sepsis»], Military Medical Research, 5(1), 2018, p. 35. Barbara R. Migeon, Females Are Mosaics: X-Inactivation and Sex Differences in Disease [Las mujeres son mosaicos: inactivación de X y diferencias sexuales en la enfermedad], Nueva York, Oxford University Press, 2013. M. Pape, G. F. Giannakópoulos, W. P. Zuidema, E. S. M. de Lange-Klerk, E. J. Toor, M. J. R. Edwards, M. H. J. Verhofstad, T. N. Tromp, E. M. M. van Lieshout, F. W. Bloemers, L. M. G. Geeraedts, «Is there an association between female gender and outcome in severe trauma? A multi-center analysis in the Netherlands» [«¿Existe una asociación entre el género femenino y el resultado en un trauma severo? Un análisis multicéntrico en los Países Bajos»], Scandinavian Journal of Trauma, Resuscitation and Emergency, 27(1), 2019, p. 16.

Esto se debía a que su cuerpo tenía disponibles dos cromosomas X, mientras que el mío tenía solo uno.

Z. Spolarics, G. Peña, Y. Qin, R. J. Donnelly, D. H. Livingston, «Inherent X-linked genetic variability and cellular mosaicism unique to females contribute to sex-related differences in the innate immune response» [«La variabilidad genética inherente ligada al cromosoma X y el mosaicismo celular exclusivo de las mujeres contribuyen a las diferencias relacionadas con el sexo en la respuesta inmunitaria innata»], Frontiers in Immunology, 8, 2017, p. 1455.

Para revisar las diferencias cromosómicas básicas entre los sexos, las células de todas las mujeres genéticas tienen dos cromosomas X, mientras que las de los varones genéticos tienen un cromosoma X y un cromosoma Y. Cuando se trata de lidiar con el trauma de la vida, las mujeres genéticas tienen opciones, y los varones genéticos no.

Nuestros dos cromosomas sexuales nos los dan nuestros progenitores antes de que nazcamos. La superioridad genética de mi esposa comenzó mucho antes de que nos conociéramos siquiera. Cuando ella llevaba tan solo veinte semanas dentro del útero de su madre, ya contaba con una ventaja de supervivencia sobre mí, una que continuará en cada punto de los datos a lo largo de nuestros ciclos de vida. Y eso tiene lugar incluso si modificamos otros factores de riesgo de comportamiento y estilo de vida, como los riesgos laborales y el suicidio. Desde el principio, es probable que ella viva más que yo al margen de lo que nos depare el futuro.

Y mi esposa no gana solo cuando se trata de la longevidad general. Su riesgo de desarrollar cáncer en los órganos que ambos tenemos, por ejemplo, es menor que el mío. Y si desarrolla cáncer, tiene mayores probabilidades de sobrevivir, ya que las investigaciones han demostrado que las mujeres responden mejor que los hombres a los tratamientos. Más mujeres, por supuesto, desarrollan cáncer de mama, pero en general los hombres mueren de cáncer en mayor proporción por año que las mujeres.

El costo que las mujeres parecen pagar por tener un sistema inmunitario más agresivo, uno que resulta mejor para combatir tanto a los microbios invasores como a las células malignas, es ser autocríticas... inmunitariamente hablando. El sistema inmunitario de las mujeres genéticas tiene muchas más probabilidades de atacarse a sí mismo, que es lo que ocurre en enfermedades como el lupus y la esclerosis múltiple. Así pues, lo único que tengo a mi favor es una menor probabilidad de desarrollar una enfermedad autoinmune.

A. C. Billi, J. M. Kahlenberg, J. E. Gudjonsson, «Sex bias in autoimmunity» [«Sesgo sexual en autoinmunidad»], Current Opinion in Rheumatology, 31(1), 2019, pp. 53-61. R. C. Chiaroni-Clarke, J. E. Munro, J. A. Ellis, «Sex bias in paediatric autoimmune disease-not just about sex hormones?» [«Sesgo sexual en la enfermedad autoinmune pediátrica, ¿no solo sobre las hormonas sexuales?»], Journal of Autoimmunity, 69, 2016, pp. 12-23.

Lo que sabía esa noche, mientras nos apresurábamos al hospital, era que las células de mi esposa ya habían comenzado a dividirse, experimentando un proceso de selección celular para lidiar con los microbios que quizá habían entrado a su cuerpo en el impacto. Ya estaban comenzando a recurrir a su sabiduría genética colectiva para realizar trabajos de reparación en sus tejidos. Y en cada área de su cuerpo —ya fueran sus leucocitos, que son parte de su sistema inmunitario, o las células epiteliales que forman su piel—, sus células pasarían por un proceso genético de selección flexible y potenciado. Mi cuerpo, compuesto por células genéticamente idénticas, no tenía esa opción.

Aunque cada hembra genética tiene dos cromosomas X en cada una de sus células, cada célula puede utilizar solo una. Las células de mi esposa usan el cromosoma X que heredó de su padre o el de su madre. Mis células no cuentan con ese lujo. Cada una de mis células tiene que usar el mismo cromosoma X exacto, el que heredé de mi madre, mientras que mi cromosoma Y no podía hacer gran cosa después del accidente que experimentamos, salvo quedarse allí sentado, mirando con impotencia.

La capacidad de usar diferentes cromosomas X es una de las principales razones que explican la superioridad genética de mi esposa. A medida que nuestra habitación se llenaba de globos de «Mejórate pronto», las células de su cuerpo usaban los diferentes cromosomas X y continuaban dividiéndose rápidamente. Lo que había comenzado como una división al 50 % entre las células que usaban el cromosoma X de su madre y las que usaban el cromosoma X de su padre, ahora se inclinaba con rapidez hacia el uso de un cromosoma X particular, aquel que resultaba más efectivo para hacer el trabajo requerido.

G. Peña, C. Michalski, R. J. Donelly, Y. Qin, Z. C. Sifri, A. C. Mosenthal, D. H. Livingston, Z. Spolarics, «Trauma-induced acute X chromosome skewing in white blood cells represents an immuno-modulatory mechanism unique to females and a likely contributor to sex-based outcome differences» [«El sesgo cromosómico X agudo inducido por el trauma en los glóbulos blancos representa un mecanismo inmunomodulador exclusivo de las mujeres y un probable contribuyente a las diferencias de resultados basadas en el sexo»], Shock, 47(4), 2017, pp. 402-408. R. Chandra, S. Federici, Z. H. Németh, B. Csóka, J. A. Thomas, R. Donnelly, Z. Spolarics, «Cellular mosaicism for X-linked polymorphisms and IRAK1 expression presents a distinct phenotype and improves survival following sepsis» [«El mosaicismo celular para polimorfismos ligados a X y la expresión de IRAK1 presenta un fenotipo distinto y mejora la supervivencia después de la sepsis»], Journal of Leukocyte Biology, 95(3), 2014, pp. 497-507.

Incluso antes de que llegaran los primeros socorristas, más de esos glóbulos blancos se estaban dividiendo, usando un cromosoma X por encima del otro. Y para hacer frente al desafío de la curación, tal vez ya estaba teniendo lugar esa misma competencia celular a fin de usar solo el mejor cromosoma X para el trabajo necesario a lo largo de todo su cuerpo. Si hubieras mirado dentro de mi sangre esperando encontrar lo mismo, te habrías decepcionado.

El uso de dos cromosomas X hace que las mujeres sean más genéticamente diversas. Y la capacidad de poder confiar en ese conocimiento genético diverso es la razón por la cual las mujeres siempre resultan superiores. Ya sea de la supervivencia de una niña en la UCIN, de la capacidad de una mujer para combatir infecciones o del riesgo disminuido de una mujer genética de tener una discapacidad intelectual ligada al cromosoma X, todo se reduce al simple hecho de que las mujeres tienen cierto grado de flexibilidad genética del que carecen los varones.

Aunque pertenecemos a la misma especie y son más nuestras similitudes que nuestras diferencias, existe una razón importante por la cual las mujeres están genéticamente mejor dotadas. Nuestra propia existencia ha dependido de ello durante millones de años. Ser el sexo más fuerte, en términos genéticos, es lo que permitió a las mujeres sobrevivir lo suficiente como para garantizar la supervivencia de nuestra descendencia, lo cual a su vez significa la supervivencia de todos nosotros.

Mi investigación genética original y mis descubrimientos clínicos, mis experiencias vitales, el trabajo de vanguardia de mis colegas y los hallazgos de científicos pioneros que desafían las doctrinas comúnmente aceptadas han llegado a esta conclusión innegable: las mujeres son el sexo más fuerte.

En El factor X exploraré los desafíos clave que tienen lugar a lo largo de la vida y mostraré cómo las mujeres genéticas los confrontan, dejando atrás a los varones en lo que respecta a longevidad, resiliencia, intelecto y resistencia. Abordaré cómo la medicina y casi todas las demás disciplinas han desestimado este hecho.

Cuando estaba en la Facultad de Medicina, aprendí a esperar que mis pacientes femeninas me comentaran con más frecuencia sobre los innumerables efectos secundarios de los medicamentos que les recetaría. También me enseñaron que la razón probable de esto era conductual: las mujeres simplemente hablaban más sobre cualquier problema y, por lo general, veían a sus médicos más a menudo que los hombres.

Pero si esto es solo un sesgo de información, ¿por qué tantas mujeres experimentan efectos secundarios graves que requieren una intervención médica significativa? Una revisión efectuada por la Oficina General de Cuentas de Estados Unidos de diez medicamentos sacados del mercado reveló que ocho de ellos fueron retirados porque se descubrió que eran peligrosos para las mujeres.

J. Petkovic, J. Trawin, O. Dewidar, M. Yoganathan, P. Tugwell, V. Welch, «Sex/gender reporting and analysis in Campbell and Cochrane systematic reviews: A cross-sectional methods study» [«Informes y análisis de sexo/género en las revisiones sistemáticas de Campbell y Cochrane: un estudio de métodos transversales»], Systematic Review, 7(1), 2018, p. 113. K. Sandberg y J. G. Verbalis, «Sex and the basic scientist: Is it time to embrace Title IX?» [«El sexo y el científico básico: ¿es hora de adoptar el Título IX?»], Biology of Sex Differences, 4(1), 2013, pp. 13.

De manera adicional, son las mujeres a las que, involuntariamente, los médicos sobredosifican con mayor frecuencia en sus tratamientos.

Aunque hemos sabido durante años, desde una perspectiva médica, que las mujeres son más sensibles a compuestos químicos como el alcohol, todavía, en su mayor parte, recetamos medicamentos a ambos sexos genéticos como si fueran exactamente iguales. Esto necesita cambiar. Hace casi veinte años, el Instituto de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias publicó un informe que afirmaba lo siguiente: «Ser hombre o mujer es una variable fundamental que debe considerarse».

. Institute of Medicine (EE. UU.), Committee on Understanding the Biology of Sex and Gender Differences, Mary-Lou Pardue, Theresa M. Wizemann, Exploring the Biological Contributions to Human Health: Does Sex Matter? [«Explorando las contribuciones biológicas a la salud humana: ¿importa el sexo?»], Washington, National Academies Press, 2001

1. Los hechos de la vida

Así que considerémoslo.

Fuera de la obstetricia y la ginecología, los increíbles avances en la medicina moderna de los que todos nos beneficiamos se han producido casi en su totalidad a partir de investigaciones que utilizaron de manera exclusiva participantes masculinos, animales de investigación machos, y células y tejidos de varones. Los abismos creados por la carencia de animales de investigación y de tejidos y células femeninos en ensayos preclínicos con los medicamentos llevan a que la mayoría de los médicos deban estimar o, en el peor de los casos, adivinar cuál podría ser la mejor dosis o tratamiento para sus pacientes mujeres genéticas.

Cuando estaba diseñando estudios para evaluar el poder para matar microbios de un antibiótico que descubrí hace casi veinte años, recuerdo lo ingenuo que era respecto a la inclusión de mujeres en la investigación básica y clínica. Para probar más a fondo los efectos de uno de los medicamentos que descubrí, contacté con una compañía especializada en realizar experimentos de forma independiente, a fin de corroborar o refutar mis hallazgos. Mientras diseñaba los estudios para que la compañía los realizara en mi nombre, asumí que se usaría un número igual de ratones macho y hembra.

Estaba equivocado. Solo se usaron ratones macho. Como descubrí más tarde, esa compañía no era la única que procedía así. Todas las demás estaban haciendo exactamente lo mismo. Cuando pregunté por qué, en ese momento me dijeron que era más fácil (y más barato) usar machos. Curiosamente, como descubriría después, los ratones hembra pueden tener un sistema inmunitario mucho más fuerte, lo que podría complicar los resultados de un experimento que está intentando curar las infecciones por igual en ambos sexos.

De hecho, hemos entendido mal las habilidades físicas de las mujeres y descartado su fuerza genética durante demasiado tiempo. En El factor X describiré cómo deben cambiar nuestras percepciones, la atención médica y la cultura de investigación. El futuro de la medicina y nuestra supervivencia como especie dependen de ello.

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Los hechos de la vida

Este es un libro sobre opciones. No sobre aquellas que tomamos de manera consciente cada día, sino de las biológicas, que tienen lugar segundo a segundo en cada mujer genética. Este fenómeno comienza en el instante mismo en que el óvulo de una madre acepta el esperma de un padre y da inicio el proceso de fertilización.

He aquí algo de biología básica que será necesaria mientras desarrollo mi argumento:

Steven L. Gersen, Martha B. Keagle, The Principles of Clinical Cytogenetics [«Los principios de la citogenética clínica»], Nueva York, Humana Press, 2013. R. J. McKinlay Gardner, Grant R. Sutherland, Lisa G. Shaffer, Chromosome Abnormalities and Genetic Counseling [«Anormalidades cromosómicas y asesoramiento genético»], Nueva York, Oxford University Press, 2013. Reed E. Pyeritz, Bruce R. Korf, Wayne W. Grody (eds.), Emery and Rimoin’s Principles and Practice of Medical Genetics and Genomics [«Principios y práctica de genética y genómica médica de Emery y Rimoin»], Londres, Academic Press, 2018.

cada célula humana tiene un total de cuarenta y seis cromosomas. Dos de ellos son los cromosomas sexuales: si has heredado un par XX, entonces eres una mujer genética, y si has heredado un par XY, entonces eres un varón genético. Como un conjunto enciclopédico de manuales de instrucciones, nuestros veintitrés pares de cromosomas tienen en su interior genes que proporcionan la información genética que hace posible nuestra vida. Se cree que tenemos un total de aproximadamente veinte mil genes repartidos en nuestros veintitrés pares de cromosomas. Aun cuando algunos de nuestros cromosomas contienen más genes unos que otros, cada uno de ellos es tan significativo como el otro.

En su mayor parte, cada uno de los veintitrés pares de cromosomas comparte versiones de los mismos genes, excepto si tú eres un varón genético y has heredado una X y una Y. El cromosoma X contiene casi mil genes, pero el cromosoma Y tiene solo alrededor de setenta, la mayoría de los cuales están involucrados en la producción de esperma. Durante muchos años se pensó que uno de los genes en el cromosoma Y era también responsable del exceso de vello encontrado en el oído de los varones a medida que envejecen, cuyo término médico es hipertricosis auricular. Estudios más recientes han sugerido que ni siquiera esta habilidad tan poco glamurosa se puede atribuir únicamente al cromosoma Y.

Incluso sin comprender todos los procesos científicos que tienen lugar durante la concepción, hemos llegado a un punto en nuestra evolución como especie en el que las relaciones sexuales ya no son necesarias para tener un bebé. Estamos en camino de dominar las artes de la concepción manipulada.

G. E. Crawford, W. L. Ledger, «In vitro fertilisation/intracytoplasmic sperm injection beyond 2020» [«Fertilización in vitro / inyección de esperma intracitoplasmático más allá de 2020»], BJOG, 126(2), 2019, pp. 237-243. G. Vogel, M. Enserink, «Nobel Prizes honor for test tube baby pioneer» [«Premio Nobel al pionero del bebé de probeta»], Science, 330(6001), 2010, pp. 158-159.

Aunque en su día fuera un concepto más propio de la ciencia ficción, las tecnologías de reproducción asistida —a través de la cual pueden fertilizarse óvulos humanos fuera del cuerpo en condiciones de laboratorio extremadamente estériles— son ahora comunes. Pero somos capaces de mucho más. Podemos crear un niño usando el material genético y celular de tres padres diferentes e incluso editar nuestro propio ADN.

Sin embargo, el denominado proceso natural es cualquier cosa menos simple. Alrededor de quinientos millones de espermatozoides comienzan el viaje hacia el óvulo, nadando por el tracto reproductivo de una madre a una notable velocidad. Se mueven a través de su cuello uterino y su útero, y eventualmente dentro de una de sus dos trompas de Falopio. Allí se encuentran con un óvulo. Y en función de si el único espermatozoide que se abre paso con éxito a través de las capas externas de ese óvulo lleva un cromosoma X o Y, se desencadenará un curso genético que determinará nuestro destino biológico. Todo, desde tu riesgo de desarrollar cáncer o una afección neurológica, como la enfermedad de Alzheimer, hasta tu capacidad para combatir las infecciones virales, se decide en ese mismo momento, dependiendo del conjunto de cromosomas sexuales que hayas heredado: XX (femenino) o XY (masculino).

Tu sexo biológico no siempre es igual a tu género.

Lina Gálvez, Bernard Harris, Gender and Well-Being in Europe: Historical and Contemporary Perspectives [«Género y bienestar en Europa: perspectiva histórica y contemporánea»], Abingdon, Routledge, 2016. E. McCauley, «Challenges in educating patients and parents about differences in sex development» [«Desafíos en la educación de pacientes y padres sobre las diferencias en el desarrollo sexual»], American Journal of Medical Genetics Part C Seminars in Medical Genetics, 175(2), 2017, pp. 293-299.

El género no depende de tus cromosomas sexuales, sino de tu sentido de masculinidad, feminidad o cualquier cosa intermedia o más allá. El género es el autoconcepto y la autoidentificación de un individuo, así como el papel que un individuo puede asumir en la sociedad. El género a menudo se asigna a los niños al nacer a partir de los cromosomas sexuales y la anatomía genital externa. Esto puede suceder incluso mucho antes del momento del nacimiento, por ejemplo, después de una ecografía o de la prueba cromosómica de un feto a partir de un análisis de sangre en la madre.

Los individuos pueden aceptar o cambiar su género con fluidez, que puede no coincidir con el asumido en algún otro momento a lo largo del curso de la vida. Sin embargo, cuando se trata de los cromosomas sexuales y sus inmensos efectos en nuestras vidas, no hay otra opción. Un individuo no elige heredar un cromosoma Y o dos cromosomas X o una combinación de ambos.

Cuando se trata de la diferenciación sexual en humanos, pueden darse variaciones genéticas dentro de los genes que alteran el curso del desarrollo físico. El gen SRY, que se encuentra solo en el cromosoma Y, juega un papel crucial en la diferenciación sexual, ya que desencadena el proceso de creación de testículos a partir de las gónadas bipotenciales en el feto, que luego secretan testosterona. Esta cascada de desarrollo celular desencadenada por el gen SRY también da como resultado el desarrollo de los genitales externos masculinos. Pero si las células de una persona con un cromosoma X y un cromosoma Y no pueden responder a la testosterona, en estos raros casos se desarrollarán externamente como mujeres, pero internamente con testículos y sin útero, trompas de Falopio o cuello uterino. Esto es exactamente lo que sucede en el caso del síndrome de insensibilidad completa a los andrógenos (SICA), una condición genética que resulta de una mutación heredada en el receptor de andrógenos o gen AR. La mayoría de estas personas XY no saben que tienen SICA hasta que empieza la pubertad y no comienzan a menstruar.

En raras ocasiones, un bebé nacido con dos cromosomas X puede desarrollarse físicamente a lo largo de una vía de desarrollo genético masculino.

Escribí sobre este caso en mi libro Inheritance: How Our Genes Change Our Lives-and Our Lives Change Our Genes [«Herencia: cómo nuestros genes cambian nuestras vidas, y nuestras vidas cambian nuestros genes»], publicado por Grand Central Publishing en 2014 [en español fue publicado en 2015 por editorial Océano]. Para más información sobre el gen SOX3 y su papel en la inversión sexual XX, véanse los siguientes documentos: S. Moalem, R. Babul-Hirji, D. J. Stavropolous, D. Wherrett, D. J. Bägli, P. Thomas y D. Chitayat, «XX male sex reversal with genital abnormalities associated with a de novo SOX3 gene duplication» [«La inversión sexual masculina XX con anormalidades genitales asociadas con duplicación del gen SOX3 de novo»], American Journal of Medical Genetics Part A, 158A(7), 2012, pp. 1759-1764. A. Vetro, M. R. Dehghani, L. Kraoua, R. Giorda, S. Beri, L. Cardarelli, M. Merico, E. Manolakos, A. Parada-Bustamante, A. Castro, O. Radi, G. Camerino, A. Brusco, M. Sabaghian, C. Sofocleous, F. Forzano, P. Palumbo, O. Palumbo, S. Calvano, L. Zelante, P. Grammatico, S. Giglio, M. Basly, M. Chaabouni, M. Carella, G. Russo, M. C. Bonaglia, O. Zuffardi, «Testis development in the absence of SRY: Chromosomal rearrangements at SOX9 and SOX3» [«Desarrollo de testículos en ausencia de SRY: reordenamientos cromosómicos en SOX9 y SOX3»], European Journal of Human Genetics, 23(8), 2015, pp. 1025-1032. X. Y. Xia, C. Zhang, T. F. Li, Q. Y. Wu, N. Li, W. W. Li, Y. X. Cui, X. J. Li, Y. C. Shi, «A duplication upstream of SOX9 was not positively correlated with the SRY-negative 46,XX testicular disorder of sex development: A case report and literature review» [«Una duplicación contra la corriente de SOX9 no se correlacionó positivamente con el trastorno testicular 46, XX negativo para el gen SRY del desarrollo sexual: informe de un caso y revisión de la literatura»], Molecular Medicine Report, 12(4), 2015, pp. 5659-5664.

Esto puede suceder cuando una pequeña parte del cromosoma Y que alberga el gen SRY se hereda junto con dos cromosomas X. Aunque es poco común, es posible que un niño se desarrolle externa e internamente como un hombre sin el gen SRY o ninguna parte del cromosoma Y. Estuve involucrado en el descubrimiento de una vía alternativa excepcionalmente rara de desarrollo sexual en un niño llamado Ethan, que nació como un varón biológico, con dos cromosomas X y ningún gen SRY o cualquier otro factor genético que causara la reversión sexual, algo que se pensaba que no era genéticamente posible. Lo que descubrimos fue que Ethan tenía una duplicación del gen SOX3, lo que en su caso convirtió a una mujer genética XX en un varón físico. Se cree que el gen SOX3 es el predecesor genético de SRY, y ambos desempeñan un papel crucial en la diferenciación sexual.

El desarrollo sexual humano es complejo. Incluso hoy en día, los genetistas y los biólogos del desarrollo todavía están tratando de desenredar los caminos aparentemente interminables de diferenciación sexual. Sabemos que el sexo cromosómico y las diferencias basadas en él son biológicas. Y esta es la razón: los óvulos femeninos humanos contienen solo un cromosoma X y, por lo tanto, es el esperma masculino el que determinará el sexo biológico del niño. Si un espermatozoide lleva un cromosoma Y, la mayoría de las veces se desarrollará eventualmente un niño genético. Y todas las células dentro de ese niño tendrán que usar el mismísimo cromosoma X: aquel que heredó de su madre. Por otro lado, si ese espermatozoide lleva un cromosoma X, entonces el óvulo fertilizado se desarrollará a lo largo de un camino genético preprogramado como una mujer.

El factor X

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